miércoles, 16 de mayo de 2012


EL HAMBRE
Miguél Hernández



Tened presente el hambre, recordad su pasado turbio de capataces
que pagaban en plomo aquél jornal al precio de la sangre cobrado
con yugos en el alma, con golpes en el lomo.

El hambre paseaba sus vacas exprimidas, sus mujeres resecas,
sus devoradas ubres, sus ávidas quijadas, sus miserables vidas
frente a los comedores y los cuerpos salubres.

Los años de abundancia, la saciedad, la hartura, 
eran solo de aquellos que se llamaban amos.
Para que venga el pan justo a la dentadura del hambre de los pobres, 
aquí estoy, aquí estamos.

Nosotros no podemos ser ellos, los de enfrente,
los que entienden la vida como un motín sangriento
como los tiburones, voracidad y diente
panteras deseosas de un mundo siempre hambriento.

Años del hambre han sido para el pobre sus años.
Sumaban para el otro su cantidad los panes.
Y el hambre alobadaba sus rapaces rebaños
de cuervos, de tenazas, de lobos, de alacranes.

Hambrientamente lucho yo, con todas mis brechas, 
cicatrices y heridas, señales y recuerdos
del hambre contra tantas barrigas satisfechas, 
cerdos con un origen peor que el de los cerdos.

Por haber engordado tan baja y brutalmente,
más bajo de dónde los cerdos se solazan,
seréis atravesados por esta gran corriente
de espigas que llamean, de puños que amenazan.

No habéis querido oír con orejas abiertas 
el llanto de millones de niños jornaleros
ladrabais cuando el hambre llamaba a vuestras puertas 
a pedir con la boca de los mismos luceros.

En cada casa, un odio como una higuera fosca,
como un tremante toro con los cuernos tremantes,
rompe por los tejados, os cerca y os embosca,
y os destruye a cornadas, perros agonizantes.

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