Fragmento de "Felicidad perfecta" de Katherine Mansfield
Aunque Bertha Young tenía treinta años, todavía experimentaba momentos como éste en los que quería correr en vez de andar, subir y bajar la acera dando unos pasos de baile, hacer rodar un aro, lanzar algo al aire y cogerlo después, o estarse quieta y reírse de... nada, sencillamente de nada.
¿Qué puedes hacer cuando tienes treinta años y al doblar la esquina de tu calle, de pronto te invade un sentimiento de felicidad -¡como si estuvieras en la gloria!- como si de repente te hubieras tragado un trozo de ese sol brillante del atardecer y siguiera ardiendo en tu pecho, enviando una lluvia de chispas hacia cada partícula, hacia cada dedo de tus manos y de tus pies?...
Pero ¿no habrá forma de expresar este sentimiento sin estar "borracha y alborotada"?
¡Qué idiota es la civilización! ¿Para qué te dan un cuerpo si luego tienes que encerrarlo en una caja como si fuera un violín muy, muy valioso?