DULCE CHACÓN
FRAGMENTO DE "LA VOZ DORMIDA"
La actividad de la galería número dos derecha comenzó como siempre temprano. A las siete de la mañana se levantaron las presas. Era el día de Navidad, y era día de visita. Asistieron a misa obligadas, como todos los días de precepto, pero sólo algunas comulgaron. Las demás permanecieron de pie en señal de protesta durante toda la liturgia y escucharon con la cabeza alta las imprecaciones que el cura les dirigió en la homilia:
- Sois escoria, y por eso estáis aquí. Y si no conocéis esa palabra, yo os voy a decir lo que significa escoria. Mierda, significa mierda.
Tomasa, indignada, pidió al salir una asamblea extraordinaria y propuso en ella una huelga de hambre hasta que el cura les pidiera perdón por sus insultos.
- Más hambre no, por dios.
Algunas mujeres apoyaron la idea de la huelga, y Hortensia tomó la palabra:
- Hay que sobrevivir, camaradas. Sólo tenemos esa obligación. Sobrevivir.
- Sobrevivir, sobrevivir, ¿para qué carajo queremos sobrevivir?
- Para contar la historia, Tomasa.
- ¿Y la dignidad? ¿Alguien va a contar cómo perdimos la dignidad?
- No hemos perdido la dignidad.
- No, sólo hemos perdido la guerra, ¿verdad? Eso es lo que creéis todas, que hemos perdido la guerra.
- No habremos perdido hasta que estemos muertas, pero no se lo vamos a poner tan fácil. Locuras, las precisas, ni una más. Resistir es vencer.
... ...
- El culto religioso forma parte de su reeducación. No han querido comulgar y hoy ha nacido Cristo. Van a darle todas un beso, y la que no se lo dé se queda sin comunicar esta tarde.
Una a una, las presas fueron besando el pie ofrecido. Una a una, inclinaron la cabeza para besar al Niño. La Veneno lo sostenía a la altura de su estómago para obligarlas a una inclinación pronunciada. Después de cada beso, Mercedes secaba el pie de cartón piedra con un pañito de lino almidonado.
- Ahora usted, Tomasa.
Es el turno de Tomasa, que no puede contener su ira. Cuando se le acercó la Veneno, la extremeña le mantuvo la mirada, con la boca apretada de rabia. Después de unos minutos, la monja obligó a Tomasa. Atrajo la cabeza de la reclusa hacia el niño Jesús. Tomasa agachó la cabeza, acercó los labios al pequeño pie, y en lugar de besarlo, abrió la boca y separó los dientes. Un crujido resonó en el silencio de la galería.
Un crujido.
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